El valor del tiempo
Todos hemos utilizado alguna vez la expresión “el tiempo es oro” y es que, si hay algo verdaderamente valioso en esta vida es el tiempo porque, como bien menciona Margaret Mitchell en su conocida novela «Lo que el Viento se Llevó», «es el material del que está hecha la vida». Uno puede recomponerse después de una mala experiencia, lo material se puede recuperar con esfuerzo o, al menos, existe la posibilidad de ello, pero si hay algo cierto, es que el tiempo que ha pasado ya no volverá.
Las personas no solemos valorar el tiempo como se merece. Por suerte o por desgracia, yo he aprendido a valorarlo llegando incluso a angustiarme su pérdida cuando ésta no ha merecido la pena. A veces, aunque procuro que no sean muchas, pienso en cuántos libros no llegaré a leer, cuanto cine clásico me queda aún por ver, cuántos versos, relatos, historias o, incluso vivencias propias, jamás saldrán de mi mano a la pluma y de la pluma al papel. Cuántas sonrisas me habré perdido, cuántos besos, cuántas conversaciones de esas que alargaríamos indefinidamente jamás tendré…
Escucho la frase “estoy matando el tiempo” y me rechinan los dientes. Matar el tiempo es el equivalente a matar la vida. Cada minuto que desperdicias porque no sabes qué hacer, es un minuto de tu vida que ha muerto. Jamás volverá.
Creo que en la vida hay dos tipos de persona: aquellos que identifican vida con lo convencional como el trabajo, la rutina, los quehaceres etc… y quienes entienden por vida aquello que empieza cuando lo convencional ha terminado y pueden dedicarse a Ser. Cuando el primer grupo de personas ha terminado con sus obligaciones y costumbres repetitivas, se ven con un tiempo libre que no saben cómo aprovechar. Es entonces cuando tiran de televisión basura, de redes sociales (y no me refiero a aquellas publicaciones que contengan algún valor cultural o social) y se pasan ese “tiempo extra”, ese tiempo de ocio, dejándose absorber por una inmensa nada. Los que pertenecemos al segundo grupo de personas, estamos deseando poder terminar con nuestras ineludibles obligaciones para poder dedicarnos a vivir. Es entonces, cuando ese tiempo extra nos es ofrecido y nos aferramos a él con uñas y dientes para aprovechar toda vuelta de las manecillas pequeñas del reloj.
Cuando una persona así te ofrece su tiempo, te está regalando su vida y muriendo contigo cada minuto que te dedica, porque valora, por encima de todo el oro del mundo, cada instante que se le presenta. Una persona así no mata su tiempo, lo goza, lo disfruta y lo escurre hasta la última gota sintiendo que lo vivido ha merecido la pena, ya sea por existir o por dejar, de algún modo huella en el futuro. Una persona así es impaciente ante lo superficial o lo insulso, no se conforma con cualquier entretenimiento si no le proporciona emociones intensas. Es orgullosa y puede que se vea hasta soberbia porque prefiere estar sola viviendo su tiempo que matándolo con quien no merece la pena.
Ante una persona así, ante alguien como yo, que ofrezco simples, pero esenciales consejos: si tu presencia no va aportar, no reclames un hueco a su lado; si tu palabra no va a mejorar tu silencio, déjala en tus pensamientos; si tu tormenta no va a hacerla estremecer de placer, no truenes en su estancia, porque esa persona, ella sola, sabrá provocarse el mayor de los estremecimientos… a solas, en silencio, sin ti.