Sensibilidad y Debilidad 

Yennefer The Witcher

   

        Sensibilidad: 1. f. Facultad de sentir, propia de los seres animados.
 
     Debilidad: 2. f. Carencia de energía o vigor en las cualidades o resoluciones del ánimo.
 
     Sensibilidad no es lo mismo que debilidad, aunque pudiéramos pensar que están relacionados. Una persona de extrema sensibilidad puede gozar, a la vez, de una increíble fortaleza. Quizá, por el hecho de ser excepcionalmente perceptivas, a las personas sensibles nos surge la necesidad de adquirir mayor vigor emocional para afrontar experiencias que pudieran llegar a abrumarnos. La empatía, por ejemplo, es una de nuestras virtudes, pero también es un defecto si no logramos culminar con todas las fases (recordemos que la última fase de la empatía es la separación). Una persona empática necesita fuerza de voluntad para superar con éxito esa última fase de separación. De otro modo, se quedaría atrapada en un estado anímico ajeno.
 
     Las personas sensitivas podríamos percibir de un modo especialmente intenso todo arte (literatura, danza, música…), y experimentar fuertes emociones a través de la contemplación o escucha. Si bien yo no cambiaría por nada del mundo ese instante en que el vello de mi cuerpo se eriza con el lamento de una guitarra eléctrica o un escalofrío hace temblar mi columna al escuchar la melodía de un violín, reconozco que se necesita cierta fuerza de voluntad para que, a las personas hiper sensitivas, la música que escuchamos, no afecte a nuestro estado de ánimo negativamente. Es muy positivo que logremos utilizarlo para nuestro provecho cuando estamos decaídos, siendo la música un potente antidepresivo natural.
 
        La literatura es otra de nuestras grandes fuentes de intensas emociones, si es que tenemos la suerte de amar las letras, como es mi caso. Nadie podría pensar que el final de una novela, al despedirnos de sus personajes, de sus páginas repletas de palabras formando una historia que irremediablemente acaba, nos pudiera provocar un nudo en la garganta, un vacío difícil de explicar; la nostalgia de una despedida al culminar un viaje del que también formamos parte.
Pequeños detalles como los rayos del sol entibiando nuestra piel o el aroma de un perfume que nos trae el recuerdo de un ser querido… El viento que se cuela por debajo del vestido o alborota el cabello y nos envuelve en el olor del salitre del mar… Pequeños detalles que, quizá, para cualquier otro sean simples aderezos de la vida, para las personas especialmente sensibles, pueden ser un pálpito acelerado, una lágrima de felicidad o una emoción difícil de expresar.
 
          Y, aunque no tienen por qué ir de la mano, a veces, las personas como nosotros amamos con la fuerza de los mares y con el ímpetu del viento, como cantaba Rocío Jurado. A veces, amamos hasta el dolor, pero somos tan (y perdónenme por la palabra) jodidamente fuertes, que hasta ese dolor nos fortalece y nos eleva por encima del resto.
 
        Aprendemos a experimentar cada sentimiento como nuestro, independientemente de los demás, porque es algo que nos pertenece y que nadie, nunca, jamás podrá arrebatarnos.
 
        Exprimimos de la vida hasta la última gota. Todo, incluso la amargura, la paladeamos con deleite para sentirnos vivos porque no existe el placer sin el dolor, ni la felicidad sin la tristeza y abrazamos los contrarios con la misma fuerza con la que nos aferramos a la vida.
 
        Por ello, si se cruzan con una persona sensible, sepan que, probablemente estén conociendo a una de las personas con mayor fortaleza que la casualidad (o el destino) habrá puesto en su camino.
 
        Ser valiente no significa no tener miedo sino superar ese miedo enfrentándonos a él.

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